30 de enero de 2008

Ale y yo

Cuando vivíamos en el segundo piso departamento 20 de la calle Carlos Tejedor, Ale y yo compartíamos habitación. Era una habitación grande, con una ventana al aire luz y otra al corazón de manzana. Un escritorio, un pizarrón grande, un placard del tamaño de una pared y una cama marinera que en un principio estaba en la pared que daba al baño.

Si bien era grande, la ventana del aire luz, no ofrecía ningún espectáculo memorable. Algunas líneas de asfalto, un rayo de sol a las 2 de la tarde entre el 4 de enero y el 17 de febrero; una vez, una rata del tamaño de un perro chico en la planta baja… mamá decía que venían de la panadería La Unión pero para mi era al revés. En fin, nada del otro mundo. En cambio gracias a ella, escuchábamos todo lo que pasaba en el edificio. El tintín metálico de los cubiertos de las otras casas a la hora de comer, algunas palabras/risas dentro de conversaciones, discusiones integras, pavas sobre el fuego, y sobre todo y mas importante la telenovela “El groncho y la dama” que mi mamá no me dejaba ver y que por suerte para mi, una vecina de oído rebelde escuchaba a todo trapo…

La otra ventana estaba en la medianera. Era pequeña como la pantalla de un televisor pequeño, y demasiado inaccesible –a unos dos metros del piso– para unos enanos como nosotros. Sin embargo un día, movimos los muebles y por obra y gracia (mucha chance tampoco había), la cama marinera fue a parar a la pared de la bendita ventana. Esta mudanza nos abrió (literalmente) una ventana a lo mejor del barrio…

Una de las maravillas era mirar la terraza del Club Sprotivo Haedo, club que frecuentábamos mi hermano y yo para hacer actividades de alcurnia… pelota a paleta, frontón, patinaje artístico sobre ruedas, judo, voley, basket, y por supuesto… pileta en verano. Y desde la ventanita mágica practicábamos un voyerismo precoz con la ayuda de unos prismáticos que tenía mi papá. Sabíamos todo lo que pasaba en la pileta. A mi me interesaban las cosas tipo si fulanito se había resbalado, si habían cambiado el agua como prometían hacerlo los lunes, si menganita había llegado y si ya se hablaba con las chicas mas grandes. A mi hermano que era un calenturiento, le interesaba saber si había ido la chica de la bikini, si había minas como las de las Radiolandias 2000 (que me mandaba a comprar a mi claro). En fin, un entretenimiento fundamental para unos niñatos como nosotros, a quienes a la hora del almuerzo y digestión del guardavidas, nos echaban del agua con aceite hirviendo.

La otra maravilla venía de la casa lindante al edificio. Era una casa tipo chorizo, bastante venida a menos pero con puertas de madera biselada, picaportes y buzón de bronce, pisos de mármol en damero… linda. En esta casa se hacían reuniones de espiritismo, y las noches de verano apenas escuchábamos un ruido, Ale y yo nos asomábamos para espiarlos. Era bastante complicado porque siendo una medianera de edificio la pared era bastante gruesa, y nosotros bastante chicos entonces teníamos que estirarnos de uno en uno mientras el otro sostenía simbólicamente las patas. Y además había que evitar a toda costa que mamá o papá nos vieran, no fuera cosa que la cama volviera a la pared del baño para siempre.

Yo era una nena de pura cepa y como tal, todo el asunto me daba bastante miedo. Pero como estaba con Ale me envalentonaba y ahogaba todo el asunto en unas risitas nerviosas. Yo creo haber visto espíritus en mas de una ocasión, es mas, de chica hasta lo hubiese jurado. Lo gracioso era hacer sonidos guturales imitando fantasmas… Yo estaba convencida de que nos creían espíritus, hasta que un día encontré un casette con grabaciones de nosotros jugando a esto y a aquello, y me di cuenta de que nuestras voces de niños no colaboraban para nada con el efecto terror que pretendíamos.

28 de enero de 2008

El minuto infinito

Andy no vuelve el miércoles, parece que el viernes… Hace unos cuantos años que Andy y yo vivimos en el futuro. Justo ahora que todo el mundo disfruta de un presente siempre flamante...

Yo, en cambio, no veo la hora de conocerte. No veo la hora de estar juntos. No veo la hora de terminar la carrera. No veo la hora de llegar a Canadá. No veo la hora de tener los papeles. No veo la hora de que tengamos trabajo. No veo la hora de que lleguemos a Madrid. No veo la hora de tener la ciudadanía. No veo la hora de haber terminado este trabajo. No veo la hora de que vengas. No veo la hora de ir. No veo la hora de haber terminado lo de Carmenland. No veo la hora de volver. No veo la hora de hacerme nuevos amigos. No veo la hora de empezar a estudiar ruso. No veo la hora de que sea el almuerzo. No veo la hora de que empiece Doctor Who. No veo la hora de las vacaciones, de las fiestas, de mi cumpleaños, del tuyo, del puente de mayo, de que se acaben las fiestas y sus comilonas. No veo la hora de volver a la normalidad...

No veo la hora de que vuelva Andy, no veo la hora de que sea viernes…

27 de enero de 2008

Sueltame pasado!

Andy está en Egipto… Y yo estoy en una crisis de la mediana edad, agravada por un culo pesado que se resiste a moverse del sillón. No me figuro por qué, si es el modelo mas barato e incómodo de Ikea.

Aquí es donde debería empezar a describir mi crisis, todos los por qué, los por cuántos, los por que te quiero tantos, pero no se me da bien esto, y tampoco se hasta que punto tomarme enserio… No creo que sea algo metafísico, mas bien creo que es porque se vendió Carmenland.

Primero fue la casa familiar, linda, moderna y triunfadora adónde nos mudamos en el 80. Toda refaccionada y con olor a nuevo, era el parangón del éxito y el bienestar suburbano. Con microondas, videocasetera, TV color Sony, trituradora de desperdicios en la bacha de la cocina, jardín hecho por paisajista, tapetes mullidos y barrio pijo alrededor. Era el paraíso después de 11 años de purgatorio en un segundo piso apartamento 20, interior, con ventanas al tragaluz.

El primero en abandonar la casa fue papá después de un divorcio que en ese momento se me antojó inesperado. Luego la casa empezó a deteriorarse continua y exponencialmente. Todas esas excentricidades requerían de mucho mantenimiento, muchísimo mas del que podíamos ofrecerles. A fuerza de rítmicas hiperinflaciones, la casa se fue transformando en Carmenland. El 1 de enero de 2000 abandonó Carmen y quedamos Ale y yo. Luego conocí a Andy y me fui a vivir a Canadá y quedó Ale. Y luego Ale se fue a Méjico.

Carmenland, que ya estaba venida a menos, quedó en manos de inquilinos de muy buena fe y muy pocos recursos, principalmente primos y amigos. La rumiante crisis argentina no permitió alquilarla como Dios manda, y como nuestros bolsillos hubieran agradecido y Carmenland entró en su era de decadencia total. El desorden y el abandono se fueron apoderando de las habitaciones fuera de uso, poniendo sus banderas polvorientas en mas de la mitad de la casa; conquistando territorio construído y volviéndolo salvaje.

Las veces que fui a Buenos Aires ya no era mi casa, me sentía incómoda como si estuviera a la intemperie, con ganas de irme pronto. De hecho, nunca me quede a dormir allí. Me deprimía. El silencio dominguero, el olor a abandono, la luz brillante del sol de verano sin cortinas y la oscuridad húmeda de las persianas que ya no suben… El lavarropas oxidado, los azulejos ochenteros, el baño con la penumbra grisácea de las lámparas de bajo consumo y los sanitarios cascados, los muebles de la abuela que llegaron impecables, y que como todo lo que pasaba por Carmenland se oxidaron, oscurecieron, quemaron, humedecieron o resquebrajaron. Y los ecos de otra época, una nostalgia de la que huyo como huiría de la peste.

De esta no me salvo y me toca, a partir del 13 de febrero ir a revolcarme en la nostalgia y rezar de no contagiarme desesperaciones. Toca ir y vaciar, habrá que revisar minuciosamente hasta el último rincón y lo peor de todo, tomar decisiones. Ale también va… de paso otro ladrillo, a Ale no lo veo desde 2001.

Cuán jugoso. Alguien conoce a los productores de Gente que busca gente? Yo se llorar como Andrea del Boca. Y Ale también.