Andy está en Egipto… Y yo estoy en una crisis de la mediana edad, agravada por un culo pesado que se resiste a moverse del sillón. No me figuro por qué, si es el modelo mas barato e incómodo de Ikea.
Aquí es donde debería empezar a describir mi crisis, todos los por qué, los por cuántos, los por que te quiero tantos, pero no se me da bien esto, y tampoco se hasta que punto tomarme enserio… No creo que sea algo metafísico, mas bien creo que es porque se vendió Carmenland.
Primero fue la casa familiar, linda, moderna y triunfadora adónde nos mudamos en el 80. Toda refaccionada y con olor a nuevo, era el parangón del éxito y el bienestar suburbano. Con microondas, videocasetera, TV color Sony, trituradora de desperdicios en la bacha de la cocina, jardín hecho por paisajista, tapetes mullidos y barrio pijo alrededor. Era el paraíso después de 11 años de purgatorio en un segundo piso apartamento 20, interior, con ventanas al tragaluz.
El primero en abandonar la casa fue papá después de un divorcio que en ese momento se me antojó inesperado. Luego la casa empezó a deteriorarse continua y exponencialmente. Todas esas excentricidades requerían de mucho mantenimiento, muchísimo mas del que podíamos ofrecerles. A fuerza de rítmicas hiperinflaciones, la casa se fue transformando en Carmenland. El 1 de enero de 2000 abandonó Carmen y quedamos Ale y yo. Luego conocí a Andy y me fui a vivir a Canadá y quedó Ale. Y luego Ale se fue a Méjico.
Carmenland, que ya estaba venida a menos, quedó en manos de inquilinos de muy buena fe y muy pocos recursos, principalmente primos y amigos. La rumiante crisis argentina no permitió alquilarla como Dios manda, y como nuestros bolsillos hubieran agradecido y Carmenland entró en su era de decadencia total. El desorden y el abandono se fueron apoderando de las habitaciones fuera de uso, poniendo sus banderas polvorientas en mas de la mitad de la casa; conquistando territorio construído y volviéndolo salvaje.
Las veces que fui a Buenos Aires ya no era mi casa, me sentía incómoda como si estuviera a la intemperie, con ganas de irme pronto. De hecho, nunca me quede a dormir allí. Me deprimía. El silencio dominguero, el olor a abandono, la luz brillante del sol de verano sin cortinas y la oscuridad húmeda de las persianas que ya no suben… El lavarropas oxidado, los azulejos ochenteros, el baño con la penumbra grisácea de las lámparas de bajo consumo y los sanitarios cascados, los muebles de la abuela que llegaron impecables, y que como todo lo que pasaba por Carmenland se oxidaron, oscurecieron, quemaron, humedecieron o resquebrajaron. Y los ecos de otra época, una nostalgia de la que huyo como huiría de la peste.
De esta no me salvo y me toca, a partir del 13 de febrero ir a revolcarme en la nostalgia y rezar de no contagiarme desesperaciones. Toca ir y vaciar, habrá que revisar minuciosamente hasta el último rincón y lo peor de todo, tomar decisiones. Ale también va… de paso otro ladrillo, a Ale no lo veo desde 2001.
Cuán jugoso. Alguien conoce a los productores de Gente que busca gente? Yo se llorar como Andrea del Boca. Y Ale también.
27 de enero de 2008
Sueltame pasado!
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3 comentarios:
¿Y todavía te preguntás por qué?
No te lo vas a olvidar ni borrar, pero creo que te vas a "liberar"...
¡Beso grandote!
Marian: recién registro que tenés este blog. Mis felicitaciones por la posibilidad de expresar tus sentimientos. Muy bien escrito y muy bien explicado. Esperemos que al cerrar el capítulo te queden más bien los recuerdos de los 80.
Pasé en algún momento por esa situación. La casita de los viejos, los muebles, las fotos. Rescato el recuerdo del amor que los viejos me dieron y el esfuerzo que hicieron para que estudiara y para comprarme cada zapato nuevo.
Es por eso que si bien en algún momento la nostalgia me llama, el corazón me convoca a recordarlos y saber que siempre los acompañé y los siento dentro mío. Tanto al viejo que ya no lo tengo como a la vieja que muchas veces con su senectud me rompe generosamente las bolas desde el geriátrico.
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